Otra vez con la luz en contra. La
lapicera tenía las mismas ganas que ella de escribir. Casi nula. Se había
dormido en hacer el trabajo toda la semana. Ya eran las doce. No había mate que
aguantara. Biología de primer año le
quedaba, por vaga. Solo tenía que preparar una monografía acerca de un árbol de
madera blanda. Las consignas eran claras, sus ojos no tanto.
A punto de cerrar las pestañas,
todo su cuerpo se volcó sobre la mesa. Y soñó. Puede ser que haya soñado
solamente porque no existe un verbo que sea acción de pesadilla. La causa de
que no exista es porque las “pesadillas” son también sueños, son deseos. Solo que
el consciente los coacciona para transformar. No nos gusta vernos. Es difícil caer
en el abismo de mirarnos. Pesadillar. Yo
pesadillo, tu pesadillas, él pesadilla… ¿Y nosotros?
En el telón de su sueño una voz
en off abre la obra:
-Las raíces antes fueron hojas
-¿Quién?- pregunta una luz desde abajo de las gradas
-No hay que olvidar las raíces
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